Hay tazas de café amargo, cuando no ponemos
atención la tostión del grano se pasa de tiempo o el agua pierde todo su oxígeno o no ponemos suficiente
agua al filtrar.
En este mes de noviembre se conmemoran dos eventos
catastróficos, la toma del Palacio de Justicia y la tragedia de
Armero, cada uno tan doloroso como el otro.
En la época de estos hechos yo contaba con 9 años,
veía las imágenes de los noticieros y la expresión de mi madre
ante lo que parecían ser imágenes de una película que nadie podía
creer.
Hoy, a la vuelta de tres décadas las imágenes de
la película son las mismas, inverosímiles y terribles, pero lo son
aún más cuando vemos que el desastre de Armero se pudo evitar, no
la pérdida del pueblo, sino las vidas de sus habitantes; en el caso
del Palacio de Justicia vemos que los tentáculos del narcotráfico
se unieron a los “ideales” guerrilleros y al silencio del
Gobierno de turno. Ya no vemos las noticias con los ojos inocentes de
hace treinta años, saber que el 6 de noviembre de 1985 la Justicia
ardió y que al parecer ese día murió, o mejor, fue desfigurada con
toda intención y que el 13 de noviembre de ese mismo año la
naturaleza arrasó con 23.000 vidas porque los “honorables”
congresistas tildaron a los expertos de “Jinetes del Apocalipsis”
hace que la inocencia se pierda por completo. Nuestro gobierno pedirá
perdón por su negligencia?
Duele profundamente, ver arder el Palacio y pensar
en los desaparecidos sin tumbas ni paz, ver un vídeo de la pequeña
Omaira Sanchez y llorar como no supe llorar hace treinta años.
Pero hoy debemos llorar porque siguen ocurriendo
desastres anunciados, la dama Justicia se entrega al mejor postor
(desde ese “accidente” anda mas maquillada) y todos los
ciudadanos seguimos siendo Omaira: con el agua al cuello, manteniendo
la fe, con neumático que nos mantiene a flote y las planchas de
concreto de la corrupción aprisionándonos las piernas y nuestros
pies tocando a nuestros muertos.
Desde hace treinta años conocímos el miedo.